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El whitexican que hay en ti (bueno, en mí también)

“¿Que me contradigo? Sí, me contradigo. Y ¿qué? (Soy tan vasto, contengo multitudes)”. 

Walt Whitman.


Cuando me descubrí saltando entre pestañas del buscador, persiguiendo entre portales una camisa negra tipo wéstern que se me ocurrió me quedaría bien, supe que había algo raro.

 

Tal vez sea, me dije, que no suelo usar camisas, eso debe ser lo primero. Que aun si encontrara la camisa que imagino, lo segundo, no tengo dinero ahora como para andar comprando ropa. Luego –y definitivamente–, concluyo que lo más raro debe ser el detalle, pequeño, de estar buscando ropa nueva cuando llevo cinco meses usando el mismo short, como si me hubiese comprometido con un outfit, y esperara con él el fin de la pandemia.

 

“Todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda”, leía en una entrevista que el diario El Mundo le hizo a Zygmunt Bauman hace unos años1: ésa es mi primera reacción. 

 

Y no le provoco a nadie ruborizarse con eso, ¿cierto? El consumismo, pienso, quizá no sea un consenso en nuestra cultura (mientras haya gente que defienda la idea de que la Tierra es plana, a mí me parece difícil pensar que haya algo en lo que podamos estar todos de acuerdo), pero sin duda, forma parte del acervo de términos pop al que muchos de nosotros acudimos cuando intentamos diagnosticar a ésta, nuestra presumiblemente enferma sociedad. El materialismo (en su acepción coloquial) sirve al mismo propósito.

 

Es que somos materialistas, decimos, con pena o con resignación, a veces hasta como motivación, para animarnos a comprar algo o para convencernos de que era inevitable hacerlo, de haberlo hecho, y que, por lo tanto, ese arrepentimiento inmediato a una compra va en contra hasta de nuestra propia naturaleza.

 

Así me alarmé, me angustió mi condición y, hasta cierto punto, me culpé por perder tiempo en cosas que no necesito. De un dedazo eliminé todas las ventanas abiertas en mi buscador y me propuse ser productivo –lo que sea que eso signifique­–.

 

Gasté rápidamente mi idea sobre el actuar provechoso, leí unas páginas, escribí otras, hice lo que tenía que hacer. Quizá fue un déjà vu, no sé, pero pronto estaba nuevamente buscando camisas. 

 

Si Dios no castiga dos veces, qué vanidoso sería de mi parte intentarlo, sobre todo si yo mismo soy el castigado. No lo hice. Al fin y al cabo, pensé, ya hice lo que tenía que hacer, por qué no podría perder mi tiempo y mi dinero hipotético en camisas que no voy a usar. ¿No es ésa la libertad? ¿No es ése mi derecho? 

 

En una de mis pausas, cuando la búsqueda de camisa me dejó respirar, hallé a un chico en TikTok reseñando productos que, por decir lo menos, son innecesarios. Chale. Tez blanca, ojos claros, cabello rubio, papa en la boca, incontestablemente whitexican. Condición que no pocas burlas merece ahora, porque una de las tantas cruzadas que emprendimos esta cuarentena fue contra ellos. (Ya le vamos ganando a la desigualdad, ¿no?) 

 

Chale, otra vez dije, cuando en otra pausa me encontré a la presunta contraparte. Una parodia que, ¿punzante?, le hacía saber al aspirante a influencer que sus infomerciales buena-ondita están bien lejos de, digamos, el 90% de la población mexicana… y la dejo barata. 


Imagen tomada de internet


En una época en la que la discusión pública simplifica la complejidad de la vida social usando dos o tres conceptos, de buena gana muchos explicarían el consumismo desde el privilegio

 

Qué privilegiados estos whitexicans, comprando cualquier tontería, cuando el trabajo se desploma. Qué privilegiados, míralos, colgando en Instagram las fotos de sus viajes.

 

El problema no es sólo que exista gente con acceso a un abanico más amplio de bienes de consumo. No es un problema sólo de movilidad social, no es un asunto meramente económico. Y si lo fuera, ¿qué sería?:

 

Yo no voy a defender a ningún tiktoker de Masaryk, pero ¿de qué se te ocurre que va a hablar un niño de 16 con acceso a internet que, como yo, como tú y como todos, creció entendiendo que la realización personal se mide en bienes materiales y tiene el privilegio de poseerlos? ¿No es iluso esperar que el cambio de conciencia venga de los que nada pierden si todo sigue igual, de los que lo tienen todo así como estamos?

 

Y qué tontos, pensamos, porque ante la derrota material, nuestra victoria moral. Son tontos, porque no viven en la realidad ¿Y quién de nosotros sí? ¿Qué haríamos nosotros con su dinero?

 

Y no empecemos, no quiero que se pongan tan pesados como con lo de la combi que, si Twitter fuera un tribunal, ya todos habríamos sumado bastantes años de condena. No se trata de defender a uno y castigar al otro porque para crecer no hace falta posicionarse con los tuyos y lanzarle piedras a quien se ponga enfrente, es ver a los ojos al otro y reparar en todas nuestras semejanzas. Quién soy yo respecto a ti y quién eres tú respecto a mí.

 

Y sí, que seguro si tomas mi ejercicio muy literalmente, lo primero que verás son unos ojos más claros que los tuyos, pero ¿qué más? Quizá, si hacemos un esfuerzo, notemos que ellos también, como nosotros, se han devorado toda la cultura pop gringa desde que nacieron; también quieren (aunque con más probabilidad de efectivamente poder tenerlo en un futuro) casa, coche, perro, pueblitos mágicos, tatuajes, festivales, videojuegos, maquillaje y ropa, ropa hasta hartarse. O en una de ésas no, en una de ésas son libros, alitas, idas al cine, cafés a sobreprecio o plantas,a todos nos gustan las plantas.

 

Porque eso es lo que queremos nosotros, los no-whitexican. Eso es lo que nosotros, los que sí vivimos en la realidad, esperamos de ella como mínimo. Viajamos cuando hay chance y nos endeudamos por un celular que usamos para tomarnos selfies y ver memes, devoramos todo lo que Netflix nos dice que está chingón y usamos la versión barata (y casi desechable) de la ropa que está de moda. Pull & Bear, Vans o Zara, ése es nuestro libre albedrío, el que usamos concienzudamente, siempre en sintonía con las causas políticas que creemos justas, con la matriz social en la que nos desarrollamos, con nuestra comunidad, con nuestra salud, con el medio ambiente y de acuerdo, claro, con nuestra situación económica. 

 

Y si sí, ¡buenas noticias!, los no-whitexicans somos muchos y somos más, todo está salvado. Pero si no, entonces, ¿en serio vivimos en la realidad o sólo estamos jodidos?

 

No me malentiendan, que nunca he sido partidario del “opina cuando tu propia vida sea un ejemplo” y no voy a empezar a serlo hoy; ni quiero decirnos “ya ven, somos bien hipócritas, paremos con esto de una vez”. Lo que quiero decir, es que no podemos darnos golpes de pecho, apuntando el índice hacia todos los Santis y todas las Majos que pueblan la Condesa. Primero, porque nos acomete la misma enfermedad y segundo, porque aun si no, aun si estuviésemos libres de todo pecado aspiracional, de todo deseo fetichista, de toda tentación material ¿de qué nos sirve señalar?

 

De servirnos, se demuestra que estos linchamientos virtuales son todo forma y poco fondo, son diagnósticos sin cura, son la paja en el ojo ajeno y una viga muy grande en el propio. Y que sí, eh, a veces hasta pienso que burlarse de los blancos es históricamente justo cuando reparo que nuestra muy vernácula cultura popular siempre ha usado al naco y al pobre como el objeto de todas sus burlas. Y que, entre más naco y más pobre, más fuerte suspiramos de alivio por no parecernos.

 

Es cierto, la revancha sabe bien, regresar el golpe también, pero yo no me quiero quedar así. Ellos inventaron el mito de que no somos iguales y bien podemos decirles que sí, que somos mejores, pero no me convence. Suena bien, lo acepto, y con tanta rabia acumulada casi que me la creo. Pero no, al menos yo, no creo ser mejor que nadie.

 

Tengo tantas dudas. Dicen que el sentido de la vida se construye, no puedo decir que yo lo haya hecho ya, pero, al menos, creo que no vine al mundo a ser mejor que nadie. Vine, tal vez, a querer y que me quieran. Porque eso buscamos, ¿no?

 

Yo busco camisa, sí, pero en realidad busco un símbolo que le diga al mundo “mira, esto lo escogí para mí, claro, me gusta, pero es también para ti, para que puedas ver a través de esta camisa/de estos tenis/de este tatuaje/de esta funda de celular/de este fondo de pantalla/del color de estas uñas, un poco de lo que soy, que me aceptes y que me quieras por ello”.

 

Y está bien, es normal, pero no nos engañemos: ni la construcción de nuestra identidad ni nuestra realización personal están en función de nuestras posibilidades de consumo, sin embargo, tener pocas posibilidades de consumo no nos exime de reproducir mentalmente paradigmas de realización personal y de creación de identidades que toman como única referencia la posesión y acumulación de bienes materiales. Entendamos que nuestros impulsos consumistas, que hemos convertido en un hábito –y con no poca ayuda de todo un sistema económico–, son más grandes que sus exponentes más ilustres (los whitexicans) y los revalidamos día tras día, no sólo con nuestro patrón de consumo, por más humilde o discreto, sino en la manera en la que concebimos idealmente la vida. 

 

Si hay que señalar enemigos, prefiero que sea esa noción de vida ideal. Porque no hay gente buena ni mala, sólo a las ideas podemos combatirlas, cuestionarlas y reemplazarlas. Va siendo tiempo de hacerlo con ésta, para dejar de ponernos al servicio de nuestras pertenencias, y para entender que nuestra identidad, lo que verdaderamente nos hace únicos, son nuestras relaciones interpersonales, que no tienen precio, que no se compran. Y así ser capaces de ver que pueden haber muchos Cuauhtémoc González y muchas Fernanda Hernández con un mismo stock de posesiones y un mismo balance de gastos, pero la gente que nos ha acompañado, los que se fueron y los que quedaron, eso es lo que somos.

 

Difícil cambiarlo todo, difícil dejar de participar en una dinámica de consumo compulsivo que parece mover al mundo, difícil no reírte del chavo de las reseñas, difícil verte en el espejo y preguntar qué puedes tú cambiar, difícil no sentirse impotente, difícil no voltear hacia otro lado, pero ¿por qué habría de ser fácil?

 

Entonces me calmé. No soy menos humano que nadie, quizá más ocioso por pensar estas cosas, pero qué se le va a hacer. Ya se nos ocurrirá algo, pienso. Ya se nos ocurrirá algo, a todos.

 

Camisa negra wéstern. Click. Buscar. 


 

 

Suárez, G. (2016, octubre 7) Bauman: "En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda". Recuperado de https://www.elmundo.es/papel/lideres/2016/11/07/58205c8ae5fdeaed768b45d0.html «

 


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