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La odisea de la lucha sindical


Toma su bicicleta y las energías que le faltan, se coloca el casco y se monta la pesada mochila naranja. Recorre 1 hora en bicicleta hacia una de las zonas con más poder adquisitivo, definitivamente mejor poder adquisitivo que de donde viene. Trabaja 8 o 10 horas pedaleando y queda pendiente el trayecto de regreso. Sus descansos son forzados, no hay mucho trabajo. Lleva a casa $350 y unos $50 de propina, si bien le va. Le ha ido mejor, pero también ha regresado con las manos vacías. Tuvo la fortuna de llegar, hace una semana un camarada suyo fue atropellado y tiene fracturada la pierna. Pobre, quién sabe cuándo pueda pedalear de nuevo, ya tiene la deuda con una clínica privada. Hace un mes una compañera falleció, un camión de doble remolque dio mal una vuelta y la aplastó, ahí por Río San Joaquín. Ya iba de regreso a casa. Se recuesta, las rodillas le punzan y ya no aguanta los hombros. Qué bueno que es joven. Despierta, aún sin haber descansado. Toma su bicicleta y las energías que le faltan, se coloca el casco y se monta la pesada mochila naranja.

La realidad laboral de los repartidores por aplicaciones es indignante. Su trabajo es considerado por las aseguradoras como de alto riesgo, sin embargo, no cuentan con seguridad social, ni con seguro de vida o de accidentes. Es difícil comprobar alguna relación laboral, para la empresa son “asociados”. Ellos ponen sus propias bicicletas o motos, usan su propio celular, pagan su plan de datos, deben comprar la mochila y las prendas apropiadas para pedalear durante más medio día.

En los últimos años, se han desarrollado nuevas formas de trabajo que seducen por su flexibilidad y por la aparente oportunidad de ganar por cuanto estés dispuesto a trabajar, sin jornadas laborales forzosas. Quienes aceptan la “libertad laboral”, deben de renunciar a la “seguridad laboral”. Este tipo de trabajos han captado a buena parte de la población que tiene “tiempo libre”: estudiantes, jubilados, trabajadores que buscan completar su sueldo, amas de casa, entre otros. Desde luego, hay quien hizo de este trabajo su única fuente de ingresos.

En octubre de 2018, la empresa Rappi comenzó a cobrar a sus asociados “deudas fantasmas”, de un momento a otro aparecían en la cuenta de los trabajadores deudas de hasta $40,000 sin explicación alguna. Algunos fueron suspendidos por no pagar y por no poder demostrar que no había forma de que debieran esa cantidad de dinero. Esto convocó a los repartidores a la puerta de las oficinas de Rappi en México. Las deudas fantasmas solo fueron la última gota en un vaso de injusticias bastante lleno. Las desactivaciones injustificadas, los accidentes y las muertes viales durante las reparticiones son muy frecuentes. Ahí inició la organización de los repartidores que se vieron abusados y vulnerables, sin las prestaciones laborales mínimas y a expensas de las decisiones de la directiva de la empresa.

Lo mismo ocurría en otras latitudes. Los repartidores de Italia, España, Argentina y Colombia comenzaron a organizarse y a formar sindicatos. Las empresas abrieron un frente contra estos sindicatos clandestinos y los trabajadores involucrados fueron dados de baja de las aplicaciones, acosados y violentados por las autoridades y los sindicatos oficialistas.

En México, los trabajadores que buscan formar un sindicato deben cargar con la pesadísima historia del sindicalismo charro. Este estigma despierta sospechas a la vista de cualquiera que proponga la vía sindical. Los señalamientos sobre el interés de enriquecerse o hacer carrera política son inmediatos y hasta justificados. La capacidad de convocatoria apenas alcanza para intentar el reconocimiento de la Junta de Conciliación  y Arbitraje, que hace lo posible para no respaldar a los trabajadores. Los ataques más fuertes vienen de los propios trabajadores que han hecho suyo el discurso de la meritocracia y la despolitización que permite la defensa de las empresas y la burguesía.

La desconfianza conduce a la parálisis  política o a optar por vías más amables, pero estériles. Con la bandera del activismo o el cooperativismo, quienes optan por esta vía menos incómoda para la autoridad y las empresas, no se plantean realmente la conquista de los derechos laborales, sino que buscan -preocupados por no molestar- alguna concesión por parte  de las empresas o del Estado a cambio de lavarles la imagen pública a costa del bienestar de los trabajadores. Temerosos de que las empresas y sus inversiones decidan irse del país por exigir mejores condiciones de trabajo, se les ve en fotos con directivos de las empresas y distintos personajes públicos mientras los salarios siguen cayendo y las injusticias aumentando.

La vía sindical es difícil, propone un cambio en los términos de negociación con las empresas. La búsqueda por que les sean respetados sus derechos laborales implica acciones más fuertes que pintar las mochilas o hacer ceremonias solemnes cuando un repartidor muere trabajando. Se trata además, de construir la fuerza política y legal para obligar a las empresas a negociar un contrato colectivo, iniciar demandas para que reactiven a los repartidores y que se indemnicen a la familias de quienes fallecieron mientras repartían. Se dice fácil, pero es un difícil trabajo político que requiere principalmente de politizar y movilizar a las bases. 

Desde luego que, como forma de conseguir mejorar las condiciones de vida dentro del marco normativo e institucional del capitalismo, el sindicalismo tiene sus límites. Pero la inacción o la cobardía es peor. Aún en tiempo de pandemia, se les ve circulando con grandes mochilas. Son la cadena y el pedal que no dejan que la economía muera, la dinamizan y permiten la circulación de las mercancías. Son carne de cañón.

Qué lejos estamos de la época de los grandes sindicatos. Las marchas del primero de mayo van cargadas de cierta esperanza, pero sobre todo de nostalgia en el sentido alemán sehnsucht, añorando algo que nunca tuvimos pero que anhelamos tener. 

Fuerza para los trabajadores que no renuncian a mejorar las condiciones laborales para ellos y para los que vienen.

Imagen
Manifestación de los Riders de Bolonia, Italia. Tomada del Twitter de Rides x Derechos



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