Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de 2020

A propósito de los ídolos (de los que se van y los que se quedan)

  Ya Carlos Monsiváis contaba un episodio sobre el que me gusta pensar.   El poeta tabasqueño Carlos Pellicer, de apenas catorce años, en 1911 se encontró por las calles del centro de la Ciudad de México, a quien en un futuro podría llamar colega, al poeta peruano José Santos Chocano. Como el niño que era, Pellicer olvidó la ruta que habría de devolverlo a su casa y absorto sólo pudo atinar a acechar torpemente a un Santos Chocano que pronto notó que un diminuto ser le perseguía.   –Niño, ¿tú quieres algo de mí? –preguntó el peruano sonriendo. –No, señor. Es que… yo a usted lo admiro mucho –vaciló Pellicer.   Sin perder la sonrisa, el poeta le puso la mano derecha sobre el hombro y con la otra suavemente le tocó la barbilla. No se dijeron nada. Se alejaron.   El niño Pellicer tomó el tranvía regreso a casa. La emoción que sintió de poder estar tan cerca de un gran poeta no le permitió comer ese día.   Sarcástico, Monsiváis remata la tierna anécdota del poeta tabasqueño: “Ahora sería la

La suave ficción patria

  Suave Patria, vendedora de chía: Quiero raptarte en la cuaresma opaca, sobre un garañón y con matraca, y entre los tiros de la policía.   Fragmento del poema Suave Patria de Ramón López Velarde   De México sé apenas lo que me cuentan los libros. Eso parece.   Cuando pequeños, bebimos de la historia oficial. Memorizamos efemérides, transcribimos biografías, aprehendimos símbolos, coloreamos mapas, recitamos capitales. Apenas algunos tuvimos aproximación a la subversión de la boca de un atrevido docente. Como mi maestra de primaria, a quien no le hacia mucha gracia la figura del Pípila. Allá ella.   Pronto, cuando parecía no haber nada nuevo, cuando no entendíamos las letras que lo componían, pero cantábamos el himno nacional inconscientemente, como el  jingle  de un comercial o como cantamos  Despacito  en el 2017, nuestra noción de patria se abrió. No diría que se abrió a la crítica, sino a la duda. No es que nuestro examen de lo mexicano se volviera más riguroso, es sólo que a la vo

Si no podemos divertirnos, ¿cuál es el punto? por David Graeber

Alguna vez, mi amiga June Thunderstorm y yo pasamos media hora sentados en la pradera junto a un lago. Mirábamos a un gusano balancearse desde la punta de una hebra de pasto, torciéndose hacia cualquier dirección posible, para finalmente saltar hacia otra y ahí repetir el ritual. El proceso continuó de forma cíclica, constituyendo un gasto masivo de energía en una acción que aparentemente no tenía razón de ser alguna. “Todos los animales juegan,” me dijo June. “Incluso las hormigas.” Ella había ejercido profesionalmente la jardinería durante muchos años, por lo que había presenciado múltiples actos parecidos que usaba como referencia. “Mira,” dijo con modesto aire triunfal. “¿Ves a lo que me refiero?”   Al oír esta historia, la mayoría de nosotros pediría una prueba. ¿Cómo podemos saber que el gusano estaba jugando? Tal vez los círculos invisibles que trazaba en el aire con su bamboleo eran parte de la búsqueda de algún tipo de presa. O de un ritual de apariamiento. ¿Podemos probar que

Los "intelectuales" en la ilusión democrática

Héctor Muñoz R.  La aparición del desplegado titulado "Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia"  , firmado por un grupo de escritores, académicos y comentaristas reconocidos, es una muestra más de la total ceguera y vulgaridad con la que las élites intelectuales "liberales" de este país intentan captar la realidad que aparece ante ellos. No debería ser sorprendente. Atrapados en la retórica anti-monárquica de las revoluciones burguesas del siglo XVIII en las que se quedaron atrapados (¡resulta que los izquierdistas no son los retrógadas después de todo!), estos defensores de la libertad y la democracia no tienen empacho a la hora de condenar "el poder absoluto", "el autoritarismo", "la concentración del poder", "la falta de pluralismo", "la polarización social", "las decisiones unilaterales" y otros tantos enemigos altamente apelables al sentido común colectivo. Las loas a la libertad

El whitexican que hay en ti (bueno, en mí también)

“¿Que me contradigo? Sí, me contradigo. Y ¿qué? (Soy tan vasto, contengo multitudes)”.  – Walt Whitman. Cuando me descubrí saltando entre pestañas del buscador, persiguiendo entre portales una camisa negra tipo wéstern que se me ocurrió me quedaría bien, supe que había algo raro.   Tal vez sea, me dije, que no suelo usar camisas, eso debe ser lo primero. Que aun si encontrara la camisa que imagino, lo segundo, no tengo dinero ahora como para andar comprando ropa. Luego –y definitivamente–, concluyo que lo más raro debe ser el detalle, pequeño, de estar buscando ropa nueva cuando llevo cinco meses usando el mismo short, como si me hubiese comprometido con un  outfit,  y esperara con él el fin de la pandemia.   “Todas las ideas de felicidad siempre acaban en una tienda”, leía en una entrevista que el diario  El Mundo  le hizo a Zygmunt Bauman hace unos años 1 : ésa es mi primera reacción.    Y no le provoco a nadie ruborizarse con eso, ¿cierto? El  consumismo , pienso, quizá no sea un co