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¿Los locos años veinte?

El año cuenta con algunos días ya en la espalda, pero apenas el 6 de enero me sentí por vez primera en el 2021. 

En alguno de los grupos que tengo silenciados del, ahora más que nunca, ignominioso whatsapp, alguien comentaba sobre el asalto al Capitolio por bandas pro-Trump. Ante el escandaloso hecho que inaugura el nuevo año (porque más que sustancioso fue escandaloso), un amigo señalaba el acontecer absurdo de la vida estadounidense. Es como una película, puntuó. 

 

Más tarde, ese mismo día, a mí se me ocurrió decirle a alguien “qué loco empezó este año, ¿no?”, como para decir cualquier cosa, tal vez para no tener que hablar del clima. Pero mi tímida manera de romper el hielo se topó con un contundente, “igual que el año pasado”. La respuesta no fue agresiva, ni siquiera indiferente, pero me hizo arrepentirme de inmediato de lo que acababa de decir.

 

Me sentí un poco tonto. No es que genuinamente fuera incapaz de dar crédito de las noticias recientes o que verdaderamente me sorprenda que un grupo de loquitos haga cosas de loquitos en un país con un serio problema de loquitos. Me sentí un poco tonto porque realmente no me siento asombrado, sólo me dejé llevar. 


Y no atribuyo esa incapacidad de asombro a algún dote en especial, no voy a jactarme ni de analista político ni de prestidigitador, es sólo que no me sorprende. 

 

Del episodio del Capitolio hablaré cuando tenga algo que decir al respecto, no sé con quién, ni sé cuándo; lo más seguro es que no hable de ello en absoluto y lo deje pasar, como las mil quinientas noticias que cada semana “sacuden al mundo” y no me mueven un sólo pelo. ¿Se acuerdan de la caída de los precios del petróleo en abril pasado? Yo tampoco, tuve que navegar en CNN para encontrar un ejemplo pertinente.

 

Como buen occidental me puse a culparme a mí mismo por no asombrarme: mi poca sensibilidad, mi falta empatía. Luego culpé a los medios de comunicación, al bombardeo de información y a las redes sociales, que no es nada nuevo, pero no debe serlo para ser cierto. Sin embargo, creo que hay algo en los hechos por sí mismos que explica cómo no pueden superar la intrascendencia.

 

¿Soy sólo yo o el mundo aburre?

 

Desde los inicios de la humanidad ha existido una disputa sobre “la manera natural de vivir”. Hace aproximadamente 10 mil años, cuando se transitaba de un modo de vida nómada cazador/recolector a uno sedentario basado en la agricultura; eran entre 5 y 8 millones de individuos los que poblaban la tierra, distribuidos en miles de tribus, cada una con sus propias manifestaciones de cultura. Cada una de esas tribus también, pretendía practicar la manera natural de vivir.

 

La forma en la que las expresiones culturales de unos se impusieron a las de otros tuvieron que ver con una multitud muy diversa de factores. Si tan sólo un par de cosas hubieran sido distintas, tal vez las relaciones homosexuales no tendrían que haber sido nunca un tabú en ninguna parte del planeta y la crianza de los niños podría ser comunitaria, como lo fue en muchas culturas antiguas. 

 

Espero que sobre decir que todavía existen excepciones, pero ciertamente la cultura se ha solidificado. El debate sobre “la manera natural de vivir” persiste, aún antropólogos, sociólogos y muchos otros especialistas diseccionan, sobre la mesa de la academia, la cultura y sus posibilidades. 

 

En la práctica, tan lejos de esa academia, las manifestaciones de cultura pasan por un cuello de botella que se hace más pequeño cada día. Así, la cultura de hoy es la no cultura y la diversidad sólo sirve como espectáculo para la verdadera dominante cultural…


Ya me vi en San Miguel de Allende 

O, en el mejor de los casos como un desesperado intento de reconectar con elementos que la cultura mainstream ha dejado marginados, como la naturaleza o la espiritualidad (si no me creen pregúntenle a todos los euro-hippies de las playas oaxaqueñas).



Este año nuevo no tendrá nada de nuevo. Estoy un poco cansado de fingir que me sorprende que los ricos se estén haciendo más ricos (sí, aun en plena pandemia) o que la élite política se agarre de las paredes con tal de no perder sus privilegios.

 

¿Lo más loco que nos puede pasar es ver a Elon Musk desbancar a Jeff Bezzos como el hombre más rico del mundo? ¿Lo será acaso el ver cómo empresas que literalmente se benefician con noticias falsas se tapan el pecho cuando un señor impresentable las utiliza para no perder su poder político? Si me convenzo de ello seguro tendré por mucho tiempo un tema de que hablar cuando no quiera hablar del clima y se me hincharán las corneas por seguirle la pista a todos estos trending topics, pero tarde o temprano acabaré así, como me sentí el 6 de enero: cansado, aburrido, imperturbable, convencido de que esta sí es “la manera natural de vivir”, que ya se acabó la historia, que vivimos en el mejor de los mundos imposibles y que esta es la locura que nos toca.

 

No quiero. Yo quiero creerle a otro grupo de locos, los que salen a las calles gritando que no, que quedan cosas por cambiar. De pronto siento que nos urge un poco de esa locura, la que desafía lo establecido, la que le resiste. Porque el mundo de otra forma, como lo estamos viviendo, es como scrollear en Instagram, te entretiene, pero no te llena, te distrae, pero te aburre. 

 

No creo que exista tal cosa como “la manera natural de vivir” y confío mucho que eso es lo que cree la mayoría. Entonces, ¿en qué momento decidimos actuar como si lo fuera la manera en la que vivimos ahora?

 

Si cuando termine este año se me ocurre decir “que año tan loco”, espero sea por las razones correctas. Que este año la locura que nos colme sea la de aquellas y aquellos que reivindican su género, su origen, su lengua; de los que luchan por su tierra, quienes defienden sus tradiciones. La locura que pido es la de vivir de manera significativa, trascender esta cultura insípida y encontrarnos en la diversidad. 

 

No hay deseos, no hay metas de año nuevo, no hay avatares por alcanzar con dietas, con una nueva pareja, con viajes, con un guardarropa renovado o con mucho dinero. 

 

Ya sé, es contradictorio decir que no hay una manera natural de vivir mientras juzgo a la manera mejor recibida en la actualidad, con la que seguramente muchos se sientan en paz. Pero deben concederme aunque sea dudar, deben concederme mirar para afuera y decir “tal vez, después de todo, puede que este año sea muy loco… si así lo decidimos”.

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