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La máquina de experiencias o: cómo aprendí que dormir tranquilo no es tan importante

Hace no mucho, antes de que el coronavirus tapiara las ventanas y atrancara las puertas, me encontré en una conversación, con amigos, en la que, posiblemente, muchos de mis congéneres se han hallado o habrán de hallarse alguna vez. 

Decepcionados, melancólicos, pero con el sentido del humor intacto –porque reírse de uno mismo, es la máxima expresión del humor–, nos preguntábamos qué hubiésemos estudiado si pudiéramos elegirlo ahora. Para sorpresa de nadie, las respuestas se distinguían ostensiblemente de las vocaciones para las cuales nos preparamos en la actualidad. 

Cuando la conversación mudó a escenarios más probables y, más bien, nos inquiríamos mutuamente sobre las posibilidades laborales que nuestra formación actual nos ofrecía, contesté con aire exasperantemente autocompasivo: sólo quiero hacer algo que me deje dormir tranquilo. 

En Los Miserables1, Víctor Hugo relata –entre otras muchas, muchas cosas– la persecución sufrida por un reformado expresidiario, Jean Valjean, a manos del oficial Javert, un hombre institucional y muy recto, siempre del lado de la justicia. 

Cuando, después de una alternativa de sucesos, Valjean tiene la oportunidad de asesinar a Javert, quien lo ha asediado por años, el primero se reivindica como un hombre justo dejando libre al segundo. Javert, incrédulo, se marcha, pero, muy pronto, se encuentra en posición de ser él, el que puede disponer de la vida de su contrario: en posición de arrestar a Jean Valjean, quien ni siquiera opone resistencia. Sin embargo, la disyuntiva de Javert entre su compromiso con la justicia y la carga moral que representaría encarcelar al hombre que le perdonó la vida, lo pone en contradicción. Decide no arrestarlo, pero posteriormente, presa del sinsentido, se suicida, arrojándose al Río Sena. 

Javert no pudo soportar la idea de cambiar, no el cambio en sí mismo, pues nunca lo intentó. No soportó la idea de que, las condiciones sobre las cuales proyectó su vida (su idea de la justicia) ahora no fueran las mismas, por lo que, su vida no podía seguir siendo la misma. 

Es importante tener ideales, defenderlos; son, a fin de cuentas, el fundamento de nuestros planes. Tener un plan es importante, también, y, de alguna forma, toda la gente lo tiene. Aún la gente que no cree tenerlo cada día elige el plan de seguir su vida tal cual la ha estado viviendo. No obstante, pienso que seguir nuestros planes no es tan importante como tenerlos. De hecho, creo que hay formas de seguirlos que rayan en lo dañino. 

Por ejemplo, en las películas de Demian Chazelle, como La la land2 o Whiplash3, la idea de un plan organizador alrededor del cual la vida gira nos recuerda la noción romántica del sentido de la vida. Los protagonistas de estas películas están dispuestos o, a lo largo de la trama, descubren estar dispuestos, a sacrificar otros aspectos de su vida (como el amor o la salud) a fin de cumplir el plan que se han trazado (ser actriz/abrir un club de jazz/ser baterista de jazz). Pero la vida no tiene sentido, o no tiene, al menos, uno solo, ni definitivo. 

La persecución de nuestros planes nos ofrece cierta seguridad, nos da un rumbo. Pero, a diferencia de los personajes de Chazelle, ciegos persecutores de un plan inflexible, cuyo logro constituye el sentido de sus vidas, hay gente que ha entendido que su propia existencia no es un medio para ningún fin, es decir, que el éxito de su plan no es tan importante como el placer de llevarlo a cabo todos los días: disfrutar el proceso. Aquellos que así lo han entendido se han emancipado de la frustración de un posible fracaso y han quedado más cerca de la anhelada tranquilidad. Suena bien, ¿no? 

Mas, es con ella, la tranquilidad, con la que últimamente tengo problemas. Desconfío. 

Cuando nuestro plan consiste en realizar un objetivo, el fracaso de los intentos por alcanzarlo es lo que nos lleva a modificar nuestra conducta, nuestra dinámica y hasta nuestra rutina. Pero cuando el éxito de ese plan, cuando realizar el objetivo ya no es importante porque sólo disfrutamos el proceso, entonces, ¿cómo saber que es tiempo de modificar? ¿Qué señal debemos esperar –y de quién o de dónde– para intuir que es momento de seguir adelante? 

¿Cómo saber si cambiar es lo correcto? ¿Cómo saber –viéndolo del otro extremo– si sólo nos quedamos donde estamos por miedo al cambio? 

Y movernos, probar algo nuevo, cambiar… ¿Por qué habríamos de hacerlo? ¿Por qué habríamos de intentar hacer algo diferente, si el cambio me hace sufrir y hace sufrir a la gente que quiero? Porque cambiar es cambiar tu entorno. 

El filósofo Robert Nozick propuso un experimento mental: la máquina de experiencias4. En este experimento, Nozick plantea un escenario en el cual existe una máquina con la capacidad de, al conectarte a ella, reproducir cualquier experiencia con resultados placenteros y sin posibilidad de efectos dolorosos o tristes. A cambio, deberías renunciar permanentemente a la realidad, pero la máquina replicaría tan fielmente cualquier experiencia, que sería prácticamente indistinguible una real de una ficticia. 

La búsqueda del placer nos tienta. Cuando sufrimos, cuando dudamos, cuando nos encontramos en contradicción tal como Javert en Los Miserables, no nos suicidamos propiamente, pero sí intentamos matar esa parte de nosotros que nos priva del gozo, de la alegría, del placer y de la tranquilidad. En esos momentos de duda, entonces, quizá muchos de nosotros veríamos con buenos ojos la posibilidad de una máquina como la de Nozick. 

La máquina de experiencias no existe, sin embargo, nuestra conducta y la manera en la que gestionamos nuestros malestares, parecen querer sustituirle artificialmente. Los callamos, nos proponemos olvidarlos, dejarlos de lado y fingir que no existen. Somos las historias que nos contamos de nosotros mismos, así que, sí, eventualmente nos convencemos de olvidar estos malestares y de esta forma, volvemos a dormir tranquilos. 

Por eso desconfío de la tranquilidad, por eso estoy un poco harto de buscarla. 

Cuando Nozick planteó el ejercicio de la máquina de experiencias lo hizo con la intención de demostrar que el placer no es el fin último de la vida y que la eliminación del malestar tampoco es algo a lo que debemos aspirar. 

Hay algo más allá del placer. Hay cosas en la vida con mayor valor intrínseco que todas las sensaciones que nos producen bienestar. Y esas cosas son las experiencias verdaderas, reales, con todos sus matices y sus caras, porque aportan a nuestra vida significados nuevos, al margen del dolor o el gozo que conllevan. No huyamos de ellas, enfrentémoslas y crezcamos con ellas. 

Las dudas pesan, los cambios asustan y la incertidumbre por lo desconocido asfixia. Podríamos decir que, por lo tanto, existen muchas razones legítimas para decidir vivir una vida en donde estos malestares y contradicciones sean puestos en suspenso, suprimidos y eventualmente olvidados. Pero el bienestar al que accedemos cuando elegimos ese camino es un bienestar que, tal y como si hubiésemos elegido conectarnos a la máquina de experiencias, no está atado a la realidad, nos impide afrontarla y nos priva de conocernos verdaderamente, como parte de este mundo tan contradictorio y complejo como nosotros mismos. 

Hacer lo que sientes ya no es mucha garantía cuando hay tantas fuerzas dentro de ti disputando objetivos contrarios; no es garantía porque el miedo no se irá nunca y así como existen ganas de intentar, siempre habrá razones para no hacerlo. Y sí, sin duda, no significa que todos los cambios vayan siempre a salir bien y que siempre, también, traerán cosas buenas. Pero el miedo ya lo vives aún antes de intentar, aún sin intentar. Entonces, ¿por qué no arriesgarse y comprobarlo? ¿por qué no dejarse caer para averiguar quienes somos cuando nos levantemos? 

“Aquel que quiere permanentemente «llegar más alto» tiene que contar con que algún día le invadirá el vértigo. ¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? Pero ¿por qué también tenemos vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros un deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.”5

Y así vuelvo al lugar de donde partí. Las circunstancias exóticas a las que la interminable cuarentena me ha arrinconado me preguntan, nuevamente, qué quiero. Ha pasado poco tiempo desde la última vez que esa duda se me presentó, y las condiciones en que ese tiempo ha transcurrido han sido por demás extrañas. Pero la cuarentena no detuvo el reloj, ni la vida y al margen de las condiciones en las que el tiempo ha pasado, lo único cierto es que ha pasado y eso es irremediable; como irremediable parece ser, lamentablemente, mi deseo de estar tranquilo, de volver a la normalidad y de andar por los caminos que ya he andado. 

Pero tengo la voluntad –y si no la tengo, creo que sólo a mí me toca inventarla– de buscar algo más allá, algo que pueda aportarme más que la tranquilidad, más que el goce estéril de una normalidad que pronto se agota a sí misma. 

Pienso que, quizá, estuve tratando de contestar la pregunta siempre mal, porque, quizá, nunca se trató de cómo dormías, sino de lo que soñabas. Quizá sea hora de soñar distinto, de sacrificar noches de tranquilidad, por nuevos sueños y si acaso no sea esa la hora, sólo me queda averiguarlo. 

La nueva normalidad es la oportunidad, para los ingenuos y para los necios, de conectarse a la máquina de experiencias que hemos improvisado toda nuestra vida. Es buscar el placer y la comodidad en ella, es querer, vanamente, dormir tranquilos después de haber entrevisto una realidad que nos desafía, que nos promete algo distinto. Bueno o malo, no sé, no importa realmente, pero distinto. 

La tranquilidad me tienta, aún, todos los días, y probablemente así sea siempre, pero su seductora promesa apenas me roza, se me ha quitado un poco de las ganas porque, y después de estar tranquilo, ¿qué?


François Flameng - Javert déraillé
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1 Victor Hugo. (2013) Los Miserables. Ciudad de México. EMU. «

2 Berger, F., Gilbert, G., Horowitz, J., Platt, M., (productores) y Chazelle, D. (director). (2016). La la land [Cinta cinematográfica]. EE.UU.: Summit Entertainment, Black Label Media, TIK Films, Impostor Pictures, Gilbert Films, Marc Platt Productions. «

3 Lancaster, D., Litvak, M., Blum, J. (productores) y Chazelle, D. (director). (2014). Whiplash [Cinta cinematográfica]. EE.UU.: Blumhouse Productions, Bold Films, Right of Way Films. «

4 Nozick, R. (1974) Anarchy, state, and utopia. New York: Basic Books, pp. 42-45 «

5 Kundera, M. (1993) La insoportable levedad del ser. Barcelona. RBE Editores, pp. 62-63 «

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