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Lo que el cancel se llevó



En los últimos meses, hemos sido testigos de llamados para descontinuar, eliminar y prohibir la reproducción de obras tales como películas, dibujos animados y series de televisión, además de escritos e incluso esculturas. La cultura del cancel se ha hecho presente a través de caminos de pólvora que son dinamitados por las redes sociales y, gracias a la enorme presión que ejerce, frecuentemente obtiene su cometido: el de “cancelar” lo que no va acorde a la conversación contemporánea.

Quizá uno de los casos más controversiales hasta el momento sea el de la película Gone with the wind (Lo que el viento se llevó), éxito de 1939 en el que se desarrolla una de las historias de amor más icónicas y memorables en la historia del séptimo arte y, paralelamente desarrolla también una azucarada e irreal representación de lo que fue la esclavitud de las personas afroamericanas en los Estados Unidos.

Las protestas en contra de la película no son nuevas; en realidad desde su estreno hace 81 años la comunidad afroamericana ha alertado sobre los insultos racistas y la inadecuada representación de elementos de la época, tales como el Ku Klux Klan, el cual fue descrito en la película como “un mal necesario”. Sin embargo, este año, el movimiento Black Lives Matter y el boom generalizado que detonó el asesinato de George Floyd, provocaron que el servicio de streaming HBO Max retirara temporalmente el largometraje de su catálogo, bajo la promesa de reintroducirla tiempo después acompañada de “una exposición de su contexto histórico y una denuncia de esas representaciones, pero lo hará cómo fue creada originalmente, porque hacerlo de otro modo sería lo mismo que asegurar que esos prejuicios nunca existieron”. Si bien el gesto de HBO Max es simbólico, es también una victoria para una minoría que ha luchado durante décadas por visibilizar las dinámicas racistas que se reproducen, se celebran y se monetizan en la pantalla grande.

Es cierto que obras como Gone with the wind representan lo peor de un momento de la historia americana y una serie de prejuicios injustificables, sin embargo erradicar todo rastro de ellos significaría también hacer como que nunca sucedieron. Esto puede resultar doblemente peligroso pues, la censura no solo evita mostrar los prejuicios que alguna vez existieron sino que no permite entender por qué están mal y por qué no deben reproducirse, corriendo el riesgo que no se aprenda nada de ellos.

En este caso, Gone with the wind se ha utilizado para defender el racismo y la esclavitud. En la película, los esclavos no son golpeados brutalmente ni asesinados, sino que son tratados dignamente y se muestran contentos con su forma de vida, además de ser completamente leales a sus amos, procurando su bienestar por encima del propio. Asimismo, muestra a los afroamericanos revolucionarios como un grupo que busca romper con la imperante tranquilidad de la secesión estadounidense. La película muestra equivocadamente lo que fue este periodo en la historia norteamericana, el cual fue brutal, sanguinario y en lo absoluto feliz para los afroamericanos. Esta falta de contexto e inadecuada representación de la realidad ha abierto la puerta a que grupos extremistas idealicen la esclavitud y la entiendan como un periodo en el que la estabilidad y la felicidad abundaban hasta que la Guerra Civil las terminó abruptamente.

Sucede lo mismo con los dibujos animados, mucho más crudos y desensibilizados a la representación exagerada de los prejuicios raciales. Gracias a estos ofensivos estereotipos, estudios como Warner Bros, propietario de los Looney Tunes, ha colocado un disclaimer al inicio de sus transmisiones advirtiendo sobre dichos prejuicios. Sin embargo, en los dibujos animados el tema es más complejo pues su público son los niños, quienes no siempre tienen las herramientas para discernir lo que está mal en lo que ven, mucho menos cuando las caricaturas en general se presentan en un mismo nivel que no presenta muchas complicaciones ni profundizan en temas demasiado complejos.

Es por ello que, en muchas situaciones, estos dibujos animados han sido modificados de sus versiones originales con el propósito de erradicar controversias que no se limitan únicamente al tema racial, sino también a conductas que incitan a temas como abuso animal, manipulación inapropiada de pirotecnia, armas, de fuego, químicos, tabaco, alcohol, entre muchos otros.

A pesar de ello, existen algunos episodios como los famosos Censored Eleven (once censurados), una serie de cortometrajes de Looney Tunes que son sumamente racistas, a tal grado que se prohibió su reproducción desde la década de los sesenta. Estos metrajes son tan ofensivos que no existe manera de editarlos para volverlos aceptables y reproducirlos de nueva cuenta.

Muchas animaciones de características similares son del dominio público y se encuentran en internet o en recopilaciones de aficionados, pero se utilizan ahora con propósitos críticos y de aprendizaje, no de entretenimiento como se pretendía en un principio.

Figura 1. Fragmento de Jungle Jitters (traducido como Temblores en la Jungla), uno de los Censored Eleven. Recuperado de: www.labrujulaverde.com/2017/12/the-censored-eleven-los-once-cortometrajes-de-dibujos-animados-censurados-por-racismo

Ahora bien, ¿qué pasa con elementos como las estatuas, placas conmemorativas y demás memorabilia que ensalza la vida, obra e ideología de personajes abiertamente racistas, misóginos u homófobos? En este caso, la tirada es distinta. La exhibición de estos artículos en plazas públicas simboliza perpetuidad e inamovilidad de sus ideales. Asimismo, su carácter público supondría que la comunidad y su forma de gobierno respaldan los ideales de la persona en cuestión, además de representar una absoluta imposición de poder de un grupo sobre otro. De lo contrario, ¿por qué estarían inmortalizados y exhibidos cual trofeos?

Es cierto, cualquier valor artístico que pudieran poseer estas esculturas puede y debe ser apreciado, he ahí la complejidad del asunto; empero, debe hacerse desde la objetividad, la contextualización y en un entorno en el que la ideología política de la obra no sea una imposición absoluta. Estas obras pueden ser apreciadas desde un museo, – lugares donde la contextualización, la crítica y el aprendizaje son inherentes – y no celebradas desde una plaza pública.

En contraparte, existen quienes aseguran que retirar estatuas, censurar películas y alterar dibujos animados pretende borrar la historia y se rasgan las vestiduras defendiendo – incluso con armas de fuego – la “herencia histórica” que, para ellos, debe mantenerse inamovible e inalterada. Sin embargo, esto no se trata de borrar la historia, sino de reconocerla tal como es y hacerle frente con honestidad al tener el valor de corregirla.

Quizá lo que podríamos aprender de este debate tan oportuno y necesario, es que cada situación debe ser analizada de forma individual. La fórmula que resulta efectiva para mitigar las críticas y solventar las inconformidades de los grupos afectados puede no ser igual de útil en todos los casos que se presenten. No existe una solución universal, estandarizada y aplicable a cuanta situación se presente, ni deberíamos buscarla como tal.

Montarnos en la grupa de la censura desmedida y ofrecer una única salida ante situaciones como éstas limita nuestra capacidad de resolver las situaciones de sacar provecho de ellas de la mejor manera posible. Es por ello que el propósito de este texto ha sido presentar tres distintas situaciones donde el racismo se manifiesta a través de representaciones artísticas. En una película que pretende ser histórica, en la sátira de los dibujos animados y en la perpetuidad de los ideales a través de los monumentos, bustos y placas en plazas públicas.

La censura no debe ser ciega ni irremediable, pues nos priva de la posibilidad de entender y de aprender. Las obras deben observarse desde otra perspectiva, contextualizadas y con un lente crítico que nos permita disfrutar lo disfrutable y discernir de los elementos vituperables que existen en ellas. Abrir el diálogo y el debate no solo debe ser una posibilidad sino que debe ser una norma. 

El supuesto carácter exclusivo de entretenimiento de las obras que observamos, debe bifurcarse para poder entenderlas como vehículos que plasman ideologías políticas, ya sea para criticarlas o endosarlas, pero nunca ajenos a una. Elementos como el propósito de la obra, su recepción, su impacto en la cultura y las aristas de su reproducción deben cuestionarse y colocarse sobre la balanza, resultando en una adecuada “sentencia”.

Dejemos de lado la cultura del cancel que, aunque a veces bien intencionada – y muchas otras no tanto – funge como una imposición que no permite margen de error, ni peor aún, margen de diálogo y discusión, cerrando la puerta a la corrección y al aprendizaje. Es cierto, periodos horrendos de la historia se han celebrado y se celebran aún bajo el embriago de la ignorancia, sin embargo, el error es condición inherente al ser humano. Hagamos del aprendizaje, a través de la crítica, la cultura que acompañe a nuestras desafortunadas decisiones.

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