Ir al contenido principal

La ciudad de la furia

Hoy en día, la población urbana ha superado a la población rural a nivel global, y esto, es el fiel reflejo del poder indiscutible que el capitalismo del siglo XXI ha impuesto en el mundo, y que se viene gestando por lo menos 100 años atrás. En la periferia de las grandes ciudades se ha generado una considerable explosión demográfica, población sedienta de una oportunidad para abrirse paso entre la miseria, siendo esta misma, la herramienta para mantener la carencia y la penuria viva. Pero ¿por qué las personas siguen llegando a las ciudades? ¿Por qué, a pesar de vivir limitados, ven a la ciudad como una oportunidad? ¿Qué diferencía a las grandes ciudades del primer mundo de las grandes ciudades de países en vías de desarrollo? 
Todo indica que, a pesar de que la diferencia del costo de vida entre una ciudad de primer mundo y una tercermundista es sumamente contrastante, pertenecer a una ciudad luce sumamente llamativo. 
Hoy en día son decenas de ciudades en el mundo las cuales superan los diez millones de habitantes, y estas ciudades se enfrentan ya a varios problemas. Haciendo a un lado el tema de la alta densidad poblacional que algunas enfrentan es necesario destacar que, con el crecimiento de las ciudades, también ha incrementado la pobreza; la brecha de desigualdad está más marcada que nunca. Mismo caso para las llamadas hiperciudades, que superan los veinte millones de habitantes, donde el fenómeno es aún más notorio. Pero, ¿No es en las grandes ciudades donde está el capital? ¿No es en las grandes ciudades donde abundan los recursos y las oportunidades? 
Lo cierto es que, quienes habitaban las zonas rurales ejercieron su “derecho a la ciudad” aun sabiendo que llegaban con las manos vacías, a empezar de cero, dejando atrás lo mucho o poco que habían logrado, y de cierto modo aceptando el hecho de vivir sin lujos. Eso sí, esperanzados en el sueño de poder, en un futuro, poseer todos aquellos bienes que el capitalismo había generado, en modo de falsa necesidad, para tener aquello que se considera una vida digna. 


Imagen obtenida de INFOBAE 

Sin embargo, hay algo que no se les cuenta a las personas; existe una precariedad laboral inmensa que los hará codependientes, a manera de reciprocidad inconsciente, de generar cada vez más valor. Un hoyo del que no hay escapatoria, donde sus necesidades se verán antepuestas por la necesidad de las grandes organizaciones que rigen a las ciudades, y no hablo de los gobiernos locales en lo absoluto. Los pobres urbanos tienen que resolver una complicada ecuación para intentar optimizar los costos de la vivienda, la seguridad de la propiedad, el desplazamiento al trabajo y algunas veces la seguridad personal. Para algunos, la localización cercana al trabajo, a un centro de producción o una estación del metro, es más importante que el propio techo. 
Entender esta situación es más que sólo entender a la ciudad, hay que entender en torno a qué gira la ciudad. El proceso de globalización y la informacionalización de los procesos de producción, gestión y distribución, modifican profundamente la estructura social y espacial de las ciudades. Los efectos socio-espaciales varían según los niveles de desarrollo de los países, su cultura, su historia urbana y sus instituciones. Aun así, las ciudades se parecen cada vez más, cada vez poseen más atributos en común. Un ejemplo de esto podría ser Estados Unidos, que, con más de cincuenta ciudades que superan el millón de habitantes[1], parecen ofrecer todas lo mismo. Podrías estar en una ciudad de Oregon y al día siguiente en una ciudad de Michigan y te sentirías en el mismo lugar, todo se parece. Todas estas ciudades ofrecerán la posibilidad de vivir de manera cómoda, con acceso a todos los servicios, tanto para locales como ajenos a la ciudad; variedad de cadenas de hoteles, servicios médicos, centros de convenciones, ocio y entretenimiento, servicios básicos, educación y una amplia gama de empresas y servicios deseosas de tener más y más empleados. Agrupan los componentes ideales para desarrollar una vida plena, o al menos así lo venden. 
Lo realmente destacable es que no sólo las ciudades estadounidenses parecen seguir este patrón; ciudades del Este de Asia, Europa occidental, Canadá, así como algunas ciudades latinoamericanas y de Australia y Nueva Zelanda parecen ir por el mismo rumbo, la concentración de capital en unos cuantos. En cuanto a las grandes ciudades de África y el resto de Asia, parece gestarse el comienzo de la ciudad como única opción. Esto explica el incremento poblacional desmesurado de las ciudades hiperdegradadas y la relevancia que han aportado para sus respectivos países.

Enjambre

Por ello, lo que Borja y Castells denominan Nodos Urbanos no parece tan descabellado, pues, siendo primer mundo o tercer mundo, las ciudades y sus habitantes se comportan igual, la necesidad es la misma; satisfacer el capital. Al ser flujos de información y capital, las ciudades conforman una gran ciudad, la división política pasa a segundo plano. Es entonces que tanto el trabajador de Londres como el trabajador de Lagos ve cercana su posibilidad de poder desenvolverse de manera plena, en esencia, el trabajador nigeriano cree tener el mismo alcance que el trabajador londinense, porque así se lo pinta vivir en la ciudad, pero, nada más alejado de la realidad. 
El trabajador nigeriano estará destinado a sobrellevar el día a día, a merced no sólo de lo que haga en su trabajo y pueda generar, sino, además, a merced de que su entorno (la ciudad en sí), no lo ponga en jaque, ya sea por la inseguridad, algún desabasto en la repartición de servicios u otra eventualidad. Pero siempre, destinado a pertenecer a su ciudad. En cambio, el trabajador londinense, en teoría, tendrá la oportunidad de decidir a dónde dirigir su futuro plenamente, gozando un poco más de “libertad” que el trabajador nigeriano. Éstas son las bondades que brinda una gran ciudad, la idea de poder decidir tu futuro, la idea de morir tranquilo, un falso ideal. 
Por ello, pareciera que las ciudades se comportan como enjambre, todas parecieran obedecer y seguir el mismo patrón. El nuevo patrón espacial de localización de los servicios avanzados se caracteriza por la simultaneidad de su dispersión y concentración en una red de flujos territoriales expresada en nudos urbanos. Pero aquello que identifica a todos estos procesos urbanos es la consolidación de megaciudades que condicionan la economía del planeta, configurándose como la nueva geografía de locación de las firmas y grandes empresas que operan globalmente. Sin embargo, simultáneamente a su fortaleza económica, las grandes regiones metropolitanas están enfrentando un modelo territorial, tanto a escala global como escala local, altamente excluyente y dualizado socialmente, es decir, a pesar de vivir en un mismo país, la sociedad enfrenta realidades muy distintas, donde las necesidades, modo de vida, inquietudes y educación son muy distintas. Todo esto es indiferente a su localización central o periférica.

Violencia por parte de la ciudad.

La ciudad, para funcionar bajo el propósito que busca, parece optar por un medio que, en esencia es el más fácil; violentar. Pues se dan fenómenos contemporáneos y universales que afectan en distintos niveles el funcionamiento integral de las ciduades y surgen como consecuencia inmediata de la exclusión de aquellos sectores sociales más vulnerables y minoritarios: las mujeres, los niños, adultos mayores, el mercado informal, las minorías étnicas, raciales, religiosas, etc. 
Adolfo Sánchez Vázquez comenta que en la praxis social va siempre de la mano de la violencia: 
La praxis social cobra así la forma de la actividad práctica revolucionaria que entraña la destrucción de un orden social dado para instaurar o crear una nueva estructura social. Se abre así -y se ha abierto históricamente- un ancho campo a la violencia. La materia de la acción humana se resiste a ser transformada, y la acción del hombre adopta una forma violenta porque sólo ella permite remover los obstáculos para que una creación tenga lugar. 
Praxis y violencia se acompañan tan íntimamente que, a veces, parece desdibujarse la condición de medio de la segunda. La violencia se halla tan vinculada a toda producción o creación históricas, que no ha faltado quien vea en ella la fuerza motriz misma del desenvolvimiento histórico. La praxis social tiende a la destrucción o alteración de una determinada estructura social, constituida por ciertas relaciones e instituciones sociales. Pero esa praxis social sólo pueden llevarla a cabo los hombres actuando como seres sociales, y se ejerce, a su vez, sobre otros hombres que sólo existen en relación con los demás, y como miembros de una comunidad, pero, a su vez, como individuos dotados de una conciencia. 
Desde que la violencia se instala en la sociedad, al servicio de determinadas relaciones sociales, toda violencia produce siempre una actividad opuesta, y una violencia responde a otra. Por violencia se entiende entonces la aplicación de diferentes formas de coerción, que llegan hasta las acciones armadas, con el objeto de conquistar o mantener un dominio económico y político o de conseguir tales o cuales privilegios. 
Por ello que, la escasez y miseria en las ciudades sea proveedora de violencia, sin la cual, no puede desarrollarse. La escasez, según Sartre, hace posible la historia, y es el fundamento ontológico y el motor de ella. La escasez engendra no sólo el trabajo humano sino también la lucha entre los hombres, entendida ésta no propiamente como lucha de clases, sino en el sentido sartreano de lucha de “cada uno” y del “otro”. La violencia establece una relación recíproca entre los hombres, pero de carácter inhumano, enajenado, que es consecuencia inevitable de la escasez. 
Por otro lado, la vinculación de la violencia a la escasez no puede explicar la agudización de los conflictos de clase, ni la extensión y profundización de la violencia que son consecuencia de ella, en la sociedad capitalista justamente cuando el incremento sucesivo de las fuerzas productivas aumenta considerablemente las riquezas. Históricamente, a su vez, la división de la sociedad en clases opuestas y la aparición de una violencia organizada se halla vinculada a la producción de bienes que exceden el consumo directo e inmediato. 
Una vez entendido que, la violencia es un componente imprescindible de la reproducción social, podemos concebir el por qué, vivir en una ciudad es vivir bajo el yugo de la violencia. Las ciudades se comportan de manera similar; son la creación producto de cientos de años de historia del hombre, para darle un sentido a la ciudad, no sólo es un espacio en el que coinciden personas y se desarrollan naturalmente, sino que la ciudad tiene un propósito. Ese propósito es mantener a la humanidad concentrada, a su disposición, con la idea de funcionar como un engranaje perfecto, en el que todos velan por, algún día, desprenderse de la miseria en la que viven. 
El ritmo de vida es así, las personas tendrán que adaptarse para sobrevivir ante las carencias que el capitalismo brinda, pues, la desvalorización del trabajo hará que los citadinos vean imposible acceder a lo que, las empresas (que controlan la reproducción de capital) nos hacen ver como un lujo, a aquello que nos presentan como herramientas indispensables para una vida plena. 
Pero las personas son indiferentes a ello, está tan impregnada la idea de que vivir en una ciudad representa todo aquello mencionado, que las personas ceden ante los abusos que la ciudad representa; todo menos una vida digna. 
Imagen obtenida de INFOBAE 

Pareciera que la ciudad es un guión escrito, una creación a modo para que nada se salga de su lugar, una trampa mortal donde quienes las habiten estarán destinados a servir a los intereses de aquellos poseedores del capital. 
Pero es que es así, el ser humano no es ajeno a la violencia, y no encontró, quizá inconscientemente, otra manera de reproducirse socialmente. Encontró en la violencia el medio para controlar la reproducción del capital, sin la mínima empatía de lo que esto conlleva; la miseria. Y es la ciudad, el lugar perfecto para desatar la violencia a costa de los beneficios que proveerá para generar capital.


Bibliografía. 
Davis, M. (2007). Planeta de Ciudades Miseria. Madrid, España: Akal. 
Borja, J. y Castells, M. (2000). Local y Global: La gestión de las ciudades en la era de la información. México, D.F., México: Santillana Ediciones. 
Koslowsi, P. (2000). The Theory of Capitalism in the German Economic Tradition. Berlín, Alemania: Studies in Economic Ethics and Philosophy. 
Sánchez, A. (2003). Filosofía de la Praxis. México. D.F., México: Siglo Veintiuno 






Comentarios