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El talento ilusorio.

La meritocracia se encuentra estrechamente relacionada a la distribución basada en el talento y al esfuerzo individual, constituyendo un principio que legitima la distribución desigual de los recursos en las sociedades, sin embargo, el mérito es una ilusión ya que bajo el modus vivendi actual; toda ventaja está irremediablemente determinada por la clase social, el género y la raza.

Desmitificar la meritocracia empieza al entender que esta es tan solo un anticoncepto, es decir, un término mal utilizado para restarle importancia a otro concepto real y tangible, por ello la palabra puede resultar incongruente en esencia. Toda -cracia representa el dominio de una condición, cualquiera esta sea, en este caso, el mérito determina la condición de poder, la tiranía del mérito estalla en un sinfín de desigualdades justificándose en el talento y el supuesto arduo trabajo e ignorando convenientemente el punto de partida y los merecimientos de cada contexto particular. 

La convicción de que existe una relación directa entre lo que se trabaja y lo que se merece, está firmemente internalizada en la sociedad, principalmente en aquellos que no sufren la sofocante desigualdad, entre quienes son ajenos a cualquier carencia social, quienes romantizan las condiciones paupérrimas antes de problematizarlas. 

Pero no basta con “echarle ganas”, en un entorno donde las herencias fomentan la concentración y acumulación del patrimonio, la posibilidad de acceso del resto de la población se nubla. Con una creciente tasa de profesionalización, nos damos cuenta de que el acceso a la educación no garantiza las condiciones de movilidad social, hemos llegado muy tarde a la repartición de privilegios, incluso, la propia educación posee su dinámica de meritocracia, donde acceder a las instituciones reconocidas, depende de tantas cosas que la capacidad del aspirante deja de importar. Se asume como capacidad la oportunidad recibida al momento de nacer.

Creyendo que las posiciones sociales son resultado del esfuerzo y la dedicación, se fomenta un sistema donde las instituciones tanto públicas como privadas se amoldan. Una falsa sensación de justicia social aflora al escuchar el enaltecimiento de los (diferenciados) logros educativos a los que se tuvo acceso, los alineamos de forma automática a un éxito forjado por años de trabajo. El mito de la meritocracia, entonces, no sólo es falso sino también es injusto, la única igualdad existe en la pobreza.

Factores como la situación socioeconómica de los padres, origen étnico, nivel educativo y ocupación, llegan a determinar en gran medida el destino de sus descendientes. La movilidad social en el país es prácticamente nula. El más reciente Informe sobre Movilidad Social en México del CEEY, da cuenta de la precariedad de la movilidad social en nuestro territorio. Por citar sólo un par de datos: 74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social, no logran superar la condición de pobreza a lo largo de su vida, mientras que 57 de cada 100 de quienes nacen en hogares del extremo superior de la escalera social, se mantienen ahí el resto de su vida1.

Crear condiciones sociales suficientes para la movilidad social debería ser tarea primordial del gobierno, aparato a quien le hemos delegado la persecución del interés colectivo, empero, asumir que el Estado perseguirá las condiciones suficientes de igualdad nos obligaría a concebir el Estado como ajeno a la dinámica social, cualidad que es imposible de lograr ya que el propio Estado opera bajo sus intereses, aunque en el imaginario colectivo se espere lo haga en búsqueda del bien común. 

La defensa del mérito no es incompatible con una política social redistributiva, pero mientras exista la creencia que el esfuerzo funge como único determinante de la riqueza, seguiremos alejándonos de la creación de un marco suficiente que permita la disminución de la brecha de desigualdad. La negación de la meritocracia es no sólo semántica sino también social, es el rechazo a la concentración de la riqueza y el profundo hartazgo de sistemas laxos que lo permiten. Es imperioso dejar de adjudicar al esfuerzo propio todo logro alcanzado y comenzar a cuestionar los factores que permitieron el alcance de unos cuántos frente al fracaso de la mayoría.
Imagen recuperada de Insurgencia Magisterial

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1 Méndez, Nora. (05 de septiembre de 2019). Movilidad social y la muy distante meritocracia. Recuperado de Forbes México «

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