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Barahúnda y la dictadura de las circunstancias.



La discusión agoniza, desfallece rápidamente en los brazos de palabras que pretenden explicarlo todo. “Romantizar”, “privilegios” y otras pocas más expresiones han copado el ejercicio del diálogo en las últimas semanas.

Mark Bauerlin, profesor de lengua inglesa en la Universidad de Emory, explica que, los nuevos dispositivos digitales de comunicación han acarreado una tendencia a la implementación de un número reducido de palabras y de una disposición de frases simples en su estructura. Esto en comparación con los vehículos más tradicionales de comunicación, como el periódico o los libros para adultos, y debido, en gran medida, a la necesidad de referencias inmediatas, así como al carácter veloz y multitarea que demanda el internet, lugar donde la comunicación digital se desarrolla1.

Mas esta inquietud no reposa en la nostalgia, ni en la ensoñación poética. Promover términos grandilocuentes como el derrotero de conflictos complejos es un error a todas luces. El lenguaje es el medio por el cual nos apropiamos de la realidad, por lo que el adelgazamiento del vocabulario limita nuestra percepción de los procesos de esa realidad, en toda su extensión.

Jeremy Rifkin establece la situación inédita en la cual nos encontramos, recordándonos que, a través de todas las revoluciones de las comunicaciones que la humanidad ha experimentado (cultura oral, cultura escrita, imprenta), el vocabulario disponible ha ido siempre en aumento. Es por ello que, las palabras, frases y metáforas con las que articulamos nuestros pensamientos, en tanto más nutridas, han contribuido a contactos más satisfactorios con los otros; pues nos es posible con más precisión dar cuenta de nuestras ideas, preocupaciones, deseos y necesidades a otras personas, captando lo mismo, en correspondencia2.

Aunque atestigüé con mucha ilusión cómo se cuestionaban los “privilegios” de ciertas clases ante la pandemia, el término rápidamente se prostituyó, inhibiendo una discusión que apenas comenzaba a entreverse.

Estos términos tienen loables y bienintencionados motivos, pero en su esfuerzo por ser contundentes a la hora de explicar y simplificar, se exponen al vicio del reduccionismo y pueden tratar –fútilmente– de definir. Porque definir es concluir y las palabras que pretendan dar por concluidos fenómenos tan complejos correrán la misma suerte que el meme o la imagen viral: la realidad que intentan expresar las desbordará, apartándolas a la intrascendencia.

Durante su exilio en Estados Unidos, David Alfaro Siqueiros comprendió que la técnica del fresco, el fresco mexicano, que tanto le había dado, era inapropiada para una sociedad que ahora veía erigirse rascacielos en veinticuatro horas, mientras los frescos podían tardar hasta diez años en ser pintados. Siqueiros entendió que lo que una vez fue revolucionario se había mistificado, no sólo en sus formas, sus colores y su composición, sino en su resultado, que quería ser la expresión de la realidad de su tiempo y no dudó en dejarlo atrás, valiéndose de cuanta nueva herramienta y tecnología tuvo al alcance. “Es la estética de esta época, es la estética de la incipiente nueva sociedad.3

Así que no creo que tengamos que apurarnos a intuir crisis. Tratar de nadar en contra corriente sería un despropósito y creo, firmemente, que lo inminente está más allá del bien y del mal. El internet ha llegado y es imposible resistírsele, este espacio es un ejemplo de ello.

Mientras románticas tradiciones, como el inflado vocabulario, ceden ante la dictadura de las circunstancias, oportunidades desconocidas se revelan, aunque algunos vuelvan la cara. La erudición y el ejercicio del poder presente en los canales tradicionales son obsoletos; el inmaculado espacio del columnista de periódico o del analista en la televisión, palidece ante la ocasión de espacios participativos como un post de una página de Facebook, la discusión alrededor de un trending topic en Twitter o en la caja de comentarios de un canal de YouTube: es la reivindicación de lo prosaico. Sólo será en estos espacios, desdeñados por los acartonados intelectuales y los pomposos investigadores, que se creen dueños de la verdad, donde el ejercicio constructivo de la realidad que vive la sociedad actual va a tomar forma.

Nuestro compromiso sí es la suspicacia crónica, sí es el deber con el proceso inagotable de la –y que me perdone Derrida– deconstrucción de toda discusión. Pero es aún más importante, para los que nos creemos “críticos” y para quienes creen que no les alcanza, la obligación de humildad y la confianza en la colaboración y la empatía, cualidades no inventadas por ningún Marx, ni propiedad privada de ninguna escuela del pensamiento: sólo naturaleza humana.

Los convencionalismos sociales y culturales van a seguir desmoronándose, como lo hicieron los que les precedieron. Nuestro objetivo no es ser profetas de ninguno de estos eventos, ni aspiramos a tener todas las respuestas para cuando éstos sucedan, sino determinadamente tener la voluntad de colaborar para formar narrativas más amplias, donde intervengan una multitud de voces, desde sus muy propias realidades. Es sólo en esa pluralidad, diversidad e incluso contradicción en donde se encuentra la verdad.

Para eso es necesario desprendernos del recelo hacia lo novedoso, dejar de pretender que estamos al margen de las dinámicas de nuestros tiempos, sólo porque no participamos en ningún challenge o porque no hemos descargado TikTok. Dejemos de creer que no reproducimos ninguna estructura dentro del sistema y que estamos, por tanto, ajenos a éste y libres de toda culpa. No lo estamos. El sol seguirá brillando por más que cerremos los ojos. Abrámoslos, hagámoslo juntos. Tomemos lo que tenemos y hagamos lo que tengamos que hacer para crecer y trascender. Trascendernos.

Ermitaño - Wikipedia, la enciclopedia libre

Representación de Pablo de Tebas, conocido como Pablo el ermitaño. Imagen tomada de Wikipedia


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1 Bauerline, M., The Dumbest Generation: How the Digital Age Stupefies Young Americans and Jeopardizes Our Future, Nueva York, Tarcher/Penguin, 2009, pág. 128 «

2 Rifkin, J., La Civilización Empática, Ciudad de México, Paidós, 2010, pág. 579 «

3 Stein, P., Siqueiros: His Life and Works, Nueva York, International Publishers, 1994, pág. 76 «

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