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La insoportable levedad de las fake news.

Lo extraño del coronavirus, sostiene Slavoj Žižek, es su carácter no apocalíptico1. Las imágenes que evoca el término “pandemia” se relacionan con escenarios en los cuales el porvenir de la especie humana se compromete. Es por lo que, en apariencia, las tribulaciones entrevistas por ámbitos no poco importantes para la vida en comunidad como la actividad económica, insinúan ser una cuota justa que solventar, a cambio de la gracia de haber preservado la vida. No todos han corrido con la misma suerte, el hecho de que esta pandemia no augure ni remotamente posibilidades de extinción, no desmerece de tonos graves a la tragedia de las personas ya directamente afectadas por ella. El objetivo debe ser confinar la expansión de esa tragedia a términos remediables, evitando el ensanchamiento de las cifras de víctimas mortales. 

Una abundancia de voces se superponen y se disputan la atención de gente ávida por una respuesta definitiva para afrontar esta inédita coyuntura. La respuesta definitiva no vendrá pronto, las autoridades técnicas son cautelosas al hablar de una posible vacuna y, a diferencia de personajes con intereses -y conocimientos- ajenos a la salud, tampoco muestran prisa en relajar las medidas precautorias adoptadas en buena parte del mundo. Ante esto, la atención responde concentrándose aún más y tratando de liberar su ansiedad al amparo de información tajante, pero lejana de la opinión de expertos en la materia. Paparruchas o fake news, como se sientan más cómodos. 

El modelo propagandístico “Firehose of falsehood” fue por primera vez propuesto en 2016 por Christopher Paul y Miriam Matthews2. Estos colaboradores del think tank y centro de investigación Rand Corporation proponen una nueva técnica que comparte aspectos esenciales con la propaganda más tradicional, pero destaca por una especial falta de compromiso tanto con la realidad objetiva como con la consistencia de las propias mentiras difundidas. Quizá sea porque Rand Corporation es auspiciado por la oficina de la Secretaría de Defensa de los EE.UU. y porque particularmente este trabajo les fue comisionado por la Oficina de Soporte Técnico para Combatir el Terrorismo, que la investigación publicada (por cierto, centrada en Vladimir Putin) no llevó hasta las últimas consecuencias esas observaciones tan sugerentes. ¿Cuál sería el objetivo de mentir descarada e inconsistentemente en una época en la que el ejercicio de verificar información se encuentra más al alcance que nunca? Paul y Matthews establecen la capacidad persuasiva de esta cantera de desinformación, pero sólo dos años más adelante, el politólogo Carlos Maza y la periodista Masha Gessen contribuirían al estudio original con una proposición provocadora3. Ellos mencionan que el objetivo de la práctica del “Firehosing” no es acerca de persuasión, sino de establecer y demostrar poder. Es ocioso tratar de atacar las mentiras con verdades porque la meta no es afianzar ninguna aseveración como definitiva, sino menoscabar la fuerza de la realidad y de los hechos. Estos se relativizan haciendo de cualquier discusión una potencial situación él dice/ella dice, degenerando en una mera posición de bandos. La verdad deja de existir y los hechos que componían la realidad objetiva y comprobable son ahora, todos sujetos a posiciones ideológicas. 

En las últimas semanas la discusión pública se ha enfrentado, se ha aliado y, en algunos casos, ha evitado un alud de información ostensiblemente falsa. La reacción instintiva ante esta situación sería la de apuntar hacia una dirección específica desde la cual procede este tipo de información. Mas, no se trata en este caso, de una estrategia propagandística, como lo es para Rand Corporation el caso de Vladimir Putin, o de Donald Trump para Carlos Maza y Masha Gessen. Intentar señalar una única fuente de la cual emana este tipo de información, paradójicamente, afianzaría la aquejada polarización que se denuncia ya haber provocado el propio fenómeno de la desinformación. 

Es menester entender el alcance del “firehosing” como un fenómeno que trascendió la esfera de la propaganda para permear en los ya viciados esquemas de comunicación preponderantes. Estos esquemas de comunicación, de entre los cuales campean los digitales, quienes notoriamente moldean la discusión pública en la actualidad, permiten, sostienen y en última instancia incentivan la aparición irrestricta y desmesurada de información falsa. Cualquier actor que pretenda permanecer relevante dentro de los medios está tentado a hacer lo mismo. No obstante que, la revalorización del “firehosing” como una práctica que se convirtió en la norma de la comunicación, ha dejado atrás su estatus de técnica recurrente, no se ha desprendido de sus efectos perniciosos y, de hecho, éstos son potencialmente más peligrosos en tanto no están limitados al electorado ruso o estadounidense en periodos específicos. 

La inusitada cantidad de información presumiblemente falsa que está a disposición de la sociedad provoca la pérdida de fuerza, para la consciencia colectiva, de la realidad y de los hechos; genera confusión, exacerba el pánico y provoca alienación, perdiendo el sentido de pertenencia a la comunidad. De esta forma, es más probable que las personas califiquen la información no por su verdad, sino por su sentido ideológico únicamente, reafirmando el sectarismo y la polarización ante hechos objetivos. Además, es el germen necesario para el nacimiento de posicionamientos extremos ante situaciones límite como la que representa esta pandemia. 

El carácter no apocalíptico de la pandemia, entonces, se distorsiona a través del tamiz de la intransigencia sectaria, y la figura del “otro”, quien no pertenece a nuestra burbuja ideológica o carece de los atributos aceptados por el mismo círculo, es fácilmente (facilónamente sería más preciso) señalada como la raíz de todos los males o como la carne de cañón, cuyo sacrificio podría paliar el ansia de normalidad. Todo a pesar de que, en algunos casos, esos atributos insuficientes para cierta posición ideológica son condiciones materiales inmanentes a ciertas clases sociales. 

No es poco común encontrarse con ideas que culpabilizan a los estratos más vulnerables, e incluso se sugiere simpatía con iniciativas que exponen los derechos humanos de esas mismas personas. En algunos círculos se percibe la voluntad de un estado de excepción y se aplaude discretamente el rumor del uso de fuerza letal, lo cual expone dramáticamente la contradicción de éstos, pues han tomado la ambigua bandera de la seguridad, la salud y la vida, so pretexto de la coyuntura actual y pretenden usarla para legitimar el cariz más abyecto de sus filiaciones políticas. 

La propuesta de un toque de queda o un estado de excepción no sería mejor contención sanitaria de lo que sin duda sería un símbolo inequívoco de rompimiento definitivo del pacto social entre gobernados y gobernantes. El antagonismo latente obnubila la capacidad de plantear objetivos para hacer frente a la situación real e impide sentar las bases de una organización social amplia, cuya fundamento sea la solidaridad y la confianza. Sólo de esta forma, en un futuro, escenarios desconocidos como el que hoy discurre, podrán ser sorteados con mayor claridad. Y, en el presente, se podrán identificar y tendrán que ser no sólo criticadas sino acometidas las verdaderas causas que permiten que en una coyuntura por más inédita que esta sea, haya gente que no goce del derecho a vivir, sino que tenga que pelear por él todos los días.




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1 Žižek, S. (16 de abril del 2020). [Exclusiva] ¿Qué película estamos viendo ahora en la vida real?: Slavoj Žižek. El Sol de México. Recuperado desde: 

2 Paul, C. y Matthews, M. (2016). The russian “firehose of falsehood” propaganda model. Rand Corporation, Perspectives. Doi «  

3 Vox (2018, 08, 31). “¿Por qué las mentiras obvias hacen gran propaganda?” Recuperado desde: 



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